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Luisito tenía un hermano algo mayor que él. Ambos eran extremadamente traviesos. Siempre estaban metiéndose en problemas y sus padres sabían que, si alguna travesura ocurría en el pueblo, sus hijos estaban seguramente involucrados.
La mamá de Luisito había oído que el sacerdote del pueblo tenía mucho éxito disciplinando niños, así que le pidió que hablara con sus hijos. El sacerdote aceptó, pero pidió verlos de forma separada. La mamá envió primero a Luisito.
El sacerdote era un hombre con una voz muy profunda. Sentó al niño frente a él y le preguntó gravemente:
"¿Dónde está Dios?"
El niño se quedó boquiabierto, pero no respondió, solo se quedó sentado con los ojos pelones. Así que el sacerdote repitió la pregunta, pero esta vez en un tono todavía más grave:
"¿Dónde está Dios?"
De nuevo el niño no contestó.
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Entonces el sacerdote zarandeando a Luisito le preguntó a gritos:
"¿Dónde está Dios?"
El niño salió chillando del cuarto, corrió hasta su casa y se metió en el baño, dando un portazo.
Su hermano, que había visto la entrada, entró en el baño y le preguntó:
"¿Qué te ha pasado?"
El pequeño, sin aliento y con los ojos humedecidos por las lágrimas, le contestó:
"¡Ahora sí que tenemos un grave problema hermano! ¡Han secuestrado a Dios y creen que hemos sido nosotros!
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