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Un gerente en apuros

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El gerente de una conocida empresa española tuvo una crisis nerviosa por culpa del trabajo (o del trabajo no hecho como se debiera, que todo hay que decirlo). Tras pasar varios meses internado en un psiquiátrico, los médicos le recomendaron el campo para la convalecencia, con el objeto de recuperar fuerzas y relajarse un poco.

Viajó a un apartado lugar de la geografía y comenzó a vivir en una granja. Tras pasar dos días sin hacer nada, el hombre estaba ya harto de la vida bucólica y pastoril (vamos, que se aburría), y decidió hablar con el granjero en cuya casa vivía para solicitarle que le pusiese alguna tarea sencillita, a fin de pasar el rato y ocupar la mente, a la vez que hacía algo de ejercicio.


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Al día siguiente se levantaron antes de la salida del sol, y el granjero, conocedor de la idiosincrasia del gerente, y temiendo algún estropicio irreparable, resolvió asignarle tareas simples en las que no pudiera causar daño alguno (incluyendo al propio gerente).

"La tarea es muy sencilla". Dijo el granjero dándole una pala. "Sólo tiene que recoger el estiércol que hay en la cochiquera y repartirlo por el sembrado para abonarlo. Cuando termine venga a verme".

El granjero era propietario de trescientos cerdos y el estiércol se acumulaba hasta la altura de la rodilla. Así que el granjero estimó que la faena le llevaría a nuestro querido gerente dos o tres días. Cuál fue su sorpresa, cuando al cabo de tres horas apareció el gerente, lleno de estiércol hasta las orejas, sonriente y con cara de satisfacción, diciendo

"¡Ya he terminado!"


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Viendo que en efecto la tarea estaba terminada y además con eficiencia, el granjero decidió asignarle otra.

"Bien, hay que sacrificar unos pollos. Mañana vendrán a recogerlos de la carnicería. Basta con cortarles la cabeza". Dijo dándole un enorme cuchillo. "Es un poco más complicado, pero seguro que puede hacerlo".

Había mas de mil quinientos pollos para sacrificar y supuso que el gerente no terminaría hasta bien entrada la noche. Incluso pensó en echarle una mano más adelante cuando terminara de recoger la siembra, pero... Apenas habían pasado un par de horas cuando el gerente se presentó ante él, con toda la ropa y las manos manchadas de sangre, el cuchillo mellado y sonriente como un niño el día de Reyes Magos.

"¡Ya he terminado! Póngame otra tarea, que ésta ha sido demasiado fácil".


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El granjero no salía de su asombro. !Increíble!. Él mismo, acostumbrado a la dura vida rural, no lo habría hecho mejor. Los mil quinientos pollos estaban amontonados en un lado y las mil quinientas cabezas en el otro. El granjero se rascó la cabeza pensativo, llevó al gerente junto a un gran montón de patatas y le dijo:

"Muy bien. Ahora hay que separar las patatas de este montón. Las grandes a la derecha y las pequeñas a la izquierda".

Pensó el granjero que en menos de una hora vería aparecer otra vez al gerente pidiéndole mas trabajo y, mientras hacía sus tareas, se puso a cavilar en la siguiente labor a encomendarle. Pero no fue así. Pasó la hora de comer, la hora de cenar, se hizo de noche, y el gerente no aparecía. Creyendo que algo le habría sucedido, el asustado granjero fue donde le había dejado y le encontró sentado delante del mismo montón de papas, sin que hubiera separado NI UNA.

"¿Le pasa algo?", preguntó el granjero extrañado.

El gerente se volvió con una patata en la mano y le contestó:

"Mire, repartir mierda y cortar cabezas es algo a lo que estoy acostumbrado... ¡Pero, esto de tomar decisiones...!"


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