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Viejos oficios que no volverán
La castañera.-
Hoy los puestos de castañas asadas son muy escasos, pero en la primera mitad de los años '60 a la llegada del invierno madrileño aparecian como las setas en otoño.
(NOTA.- Pulsa sobre cualquier imagen para verla a mayor tamaño y con su pie de foto correspondiente.)
La figura de las castañeras (antiguamente este trabajo era casi exclusivo de las mujeres de avanzada edad) ha sido siempre una de las más repetidas en aquellos fríos inviernos de Madrid. Sus endebles puestos de venta en el mejor de los casos estaban cubiertos de finas chapas de maderas como único escudo ante el azote del gélido viento madrileño.
Yo solía ir al que se ve en la foto, situado en la calle Arenal esquina al pasadizo de San Ginés, a la puerta de lo que era el teatro Eslava (actualmente discoteca Joy Eslava). No compraba nada, pero me pasaba horas y horas disfrutando del calorcillo que se despredia del pequeño fogón y, es que, entonces, los inviernos en Madrid eran muy gélidos,
A la derecha de la foto se puede ver la librería San Ginés, dedicada a la venta de libros de segunda mano, que está considerada la más antigua de Madrid y una de las más antiguas de España, pues fue fundada en el año 1650. A la mitad de los 60 m. que tiene el pasadizo este hace un codo y, pasando bajo un arco existente a la izquierda nos encontramos con la actualmente muy renovada Chocolatería de San Ginés, fundada en 1894. En la primera mitad de los años '60 su aspecto era mucho más tosco y a donde mi madre me mandaba todo los días a comprar los churros.
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La pipera.-
Totalmente desaparecidas están las 'piperas' que solían ser mujeres de avanzada edad, que para montar su negocio acarreaban una pequeña banasta de cestería para mostrar sus productos, un pequeño taburete o una pequeña mesa de tijera para apoyar la cesta y una silla plegable para sentarse si no lo hacía en el escalón de algún portal. Es decir, lo que una mujer de su edad podia portar.
Solían colocarse a la puertas de los colegios o en sus inmediaciones pues era donde más negocio se hacía.
Las piperas desarrollaban su trabajo a la intemperie, soportando frío y lluvia en invierno y calor en verano, protegiéndose de estas inclemencias con plásticos, paraguas y sombrillas.
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Han sido una imagen tradicional en las calles de Madrid, pero han desaparecido porque para 'ganarse la vida' en la actualidad se precisa un mayor espacio para vender muchas mas cosas y tener un abundante muestrario en las alacenas. Hoy se han transformado en las por todos conocidas tiendas de “chuches”
Vendian frutos secos, chuches, regaliz, palulú o regaliz de palo y algunas solían también vender cigarrillos sueltos, así como un botijo con anís al lado para aliviar la sed de los mayores. Aquellos puestos que disponían de algo mas espacio también tenían venta de cromos. Era típico comprar '10 céntimos de todo revuelto' y, que por lo que calculaban podía valer 10 céntimos nos daban un poco de todo.
Actualmente se les exigiría: impuestos por utilización de la vía pública, autónomos, etc; además hoy por razones de seguridad e higiene no está permitida la venta a granel de este tipo de productos.
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La manga riega que aquí no llega ....-
¿Algún madrileño ha visto algún barrendero armado con una manguera? La respuesta es NO (actualmente han sido sustituidos por camiones cisterna). Lo que sí se ve en Madrid últimamente es mugre. Mugre incrustrada en unas aceras que ya apenas se barren (no digamos ya regar).
Hace tiempo si habia barrenderos con mangueras y las calles se baldeaban frecuentemente.
Un día de verano, el calor madrileño se volvía tan insoportable que los chavales cuando veiamos a un barrendero en mitad del barrio le gritabamos, sin rubor;
"La manga riega que aquí no llega"
y el buen hombre se volvía y dirigiendo su manguera hacía nosotros, nos empapaba, cosa que agradecíamos enormemente.
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Al rico barquillo de canela.-
Ya no se ven como antes. Me refiero a la figura del 'barquillero'.
Al grito de "¡Al rico barquillo de canela!" hacia notar su presencia el barquillero, con su barquillera colgada a la espalda en bandolera, por calles, parques y plazas. Muchos hacían ellos mismos los barquillos con harina sin levadura, azúcar o miel y un toque de canela. Los metían en las barquilleras o bombos, que iban decorados con llamativos dibujos y frases alusivas a su dueño o su procedencia.
En la tapa, la barquillera, tiene un círculo con varios números en dos filas rodeados de clavillos verticales. Tiene también una rueda que gira con una estornejilla que va tropezando con los clavos al girar. Al parar se queda en un número. Después de tres tiradas se suman los números y salen los barquillos que te tocan.
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¡Sereno va!
El sereno (el nombre de 'sereno' viene de que originalmente iban por la calle cantando la hora y el tiempo atmosféricoː Las once y sereno, las dos y lluvioso, etc.) que era el encargado de encender las farolas con la caída de la noche, y vigilar las calles mientras la noche durase.
Así mismo, también tenía en su poder las llaves de todos los portales para quien la necesitara durante la noche.Existían en Madrid y en otras muchas ciudades españolas.
Se le llamaba dando palmas para abrir el portal y él anunciaba su llegada golpeando el chuzo (especie de garrota de madera dura que usaban como arma defensiva) contra el suelo al tiempo que gritaba "¡sereno va!".
También portaban un silbato para dar la alarma y avisar a los otros serenos, en caso necesario. Es más, era tanto el uso que hacían del silbato que la policía llego a ignorar en ocasiones tal señal y de ahí nació el refrán ”Tomar por el pito de un sereno“.La mayoría eran asturianos. Este oficio se perdió con la llegada de los porteros automáticos.
Haciendo sonar el chiflo.-
Otra figura muy típica era la del afilador que pasaba montado en su bicicleta (primero, lo hicieron a pie llevando a cuestas la rueda de afilar; más tarde, arrastrándola con un carro de madera, después los carros tradicionales pasaron a convertirse en bicicletas.) y, anunciando su llegada haciendo sonar el conocido como 'chiflo del afilador' (instrumento de aire de varios agujeros). Cada afilador solía adoptar una melodía propia con la que anunciaba su presencia para distinguirse de los demás y atraer a sus propios clientes.
Afilaban, por poco dinero, los cuchillos de cualquier vecino que al oír la melodía bajaba de su vivienda, pero también disponían de una clientela más o menos fija (pescaderías, carnicerías y restaurantes).
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El abre-cierra puertas del metro.-
Existia un operario del Metropolitano, situado en la primera puerta en el primer vagón, cuya misión era abrir las puertas del tren una vez este se había detenido totalmente en una estación. Esta figura actualmente está desaparecida.
Cuando el tren iba a iniciar la marcha accionaba el silbato con lo que indicaba a los pasajeros su intención de cerrar las puertas. Una vez que comprobaba que estas estaban convenientemente cerradas, dejaba cerrar la propia y el comboy iniciaba la marcha.
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Jefe de Estación del Metro.-
En cada estación del metro existia la figura del 'Jefe de Estación' cuya misión consistia en, en, ... debia ser hacer todo pues nunca he visto a nadie con él. En cada estación había una garita y allí estaba él. Le podias ver, le podias tocar.
Actualmente parece que a cambiado el nombre por el de 'jefe de varias estaciones', y digo parece pues nunca lo he visto.
Debajo una galería de imágenes de oficios que nos han abandonado, entre los que se encuentran los anteriormente descritos y muchos más.
Usa las flechas de navegación situadas debajo para desplazarte a la imagen anterior o siguiente.
La Castañera
Recuerdan la imagen de la castañera (o castañero) vendiendo las castañas asadas (algunas también vendian boniatos asados) al calor de un horno, al grito de "castañas calentitas, a la rica castaña", echando humo y emanando un olor entre dulce y amaderado, que es signo de otoño avanzado, de principios del frio, de que la navidad no está ya lejos, de que se ha dejado atrás el verano.
Hoy los puestos de castañas asadas son muy escasos, pero en la primera mitad de los años '60 a la llegada del invierno aparecían como las setas en otoño.
La figura de las castañeras (antiguamente este trabajo era casi exclusivo de las mujeres de avanzada edad) ha sido siempre una de las más repetidas en aquellos fríos inviernos. Sus endebles puestos de venta en el mejor de los casos estaban cubiertos de finas chapas de maderas como único escudo ante el azote del gélido viento.
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En mi juventud me pasaba horas y horas disfrutando del calorcillo que se despredía del pequeño fogón (entonces los inviernos eran heladores, gélidos, hoy el termómetro se asusta de acercarse a los cero grados), pero ya que como todos los de mi edad, tenía los bolsillos permanentemente vacíos, pues no compraba nada (daba mi compañía a cambio de calorcito).
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